Hicimos el camino de quince minutos hasta la planta de Aeschbach, en Root, en un día de lluvia y frío. Allí, cada niño puso manos a la obra: pincel en mano, bañaron con chocolate blanco o negro su propio conejo.
Luego, a adornarlo con confites de colores, estrellas, perlas, florcitas y nueces. Treinta minutos de plena concentración. Los más grandes llevaron a cabo diseños bien elaborados. Las mas pequeñas trabajaron en colaboración con las mamás.
Una vez seco el chocolate, y empaquetado el conejo, dejamos el salón con bocas y manos llenas de chocolate y una bolsa en la que cada chico llevaba orgulloso su obra de arte.
Fue un plan tan divertido que a Male no le bastó con un conejo: se llevó tres!
Dulces Pascuas para Todos!
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